Eres mi visita número

jueves, 8 de septiembre de 2011

First love.


... Sentía bastante curiosidad; cautivar a una chica tan estupenda había sido una verdadera hazaña.
-Así que, al cabo de un tiempo, empecé a pensar que quizás ella estaba interesada en mí -continuó Arnie-. Probablemente tardé en caer en cuenta más de lo que habrían tardado otros: tipos como tú, Dennis.
-Claro -repuse-. Yo soy lo que James Brown llamaba "una máquina sexual".
-No, no eres una máquina sexual, pero sabes de chicas -explicó con toda seriedad-. Las entiendes. A mí siempre me han asustado. Nunca sabía qué decir. Y sigo sin saberlo, supongo. Leigh es diferente. Me daba miedo invitarla -pareció reflexionar sobre esto-. Quiero decir que es una chica hermosa, realmente hermosa. ¿No te parece, Dennis?
-Sí. En mi opinión, es la más hermosa de toda la escuela.
Sonrió complacido.
-A mí también me lo parece..., pero creía que tal vez fuese porque la quiero.
Miré a mi amigo, esperando que no fuera a meterse en más líos de los que podía resolver. En aquel momento, desde luego, no tenía ni idea de lo que podía suponer el lío.
-El caso es que un día les oí hablar a Lenny Barongg y Ned Strougham en el laboratorio de Química, y Ned le estaba contando a Lenny que la había invitado a salir, y ella había rehusado, pero amablemente..., como si tal vez aceptara en otra ocasión si volviese a pedírselo. Y me la imaginé saliendo con Ned en primavera y empecé a sentirme de veras celoso. Es ridículo: ella le rechaza, y yo me siento celoso. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Sonreí y asentí. En el campo, las majorettes ensayaban
nuevas evoluciones. No creía que ayudaran mucho a nuestro equipo, pero era agradable verlas. En el radiante mediodía, sus sombras se encharcaban junto a sus talones sobre la verde hierba.
-La otra cosa que me llamó la atención fue Ned no parecía humillado, ni avergonzado..., ni rechazado, ni nada de eso. Intentó una cita, le salió mal, y eso fue todo. Decidí que yo también podía hacerlo. Pero cuando la llamé por teléfono estaba sudando a chorros. Me la imaginaba riéndose de mí y diciendo algo así como: ¿Salir yo contigo, mequetrefe? ¡Debes estar soñando! ¡No estoy tan apurada todavía!
-Sí -convine-. No puedo imaginar por qué no lo hizo.
Me dio un juguetón puñetazo en el estómago.
-¡Ojo, Dennis! ¡Te haré vomitar!
-No importa -dije-. Cuéntame el resto.
Se encogió de hombros.
-No hay mucho más que contar. Cogió el teléfono su madre y dijo que iba a llamarla. Oí el ruido del aparato al ser dejado sobre la mesa, y estuve apunto de colgar. -Arnie levantó dos dedos apenas separados por medio centímetro-. No me faltó ni esto. Palabra.
-Conozco la sensación -dije, y era cierto.
Teme uno la risa, imagina el desprecio en mayor o menor grado, sea uno jugador de rugby o un cuatro ojos lleno de granos, pero no creo que pueda compr
ender el grado en que Arnie debió de sentirla. Lo que él había
hecho había requerido un valor extraordinario. Una cita es una cosa mínima, pero en nuestra sociedad hay toda una serie de fuerzas arremolinadas tras ese simple concepto: quiero decir que hay chicos que pasan por toda la escuela superior sin reunir nunca el valor suficiente para pedirle una cita a una chica. Nunca, ni una sola vez, en los cuatro años. Y eso no uno ni dos, montones de chicos. Y hay montones de chicas tristes que no son invitadas nunca. Es una piojosa manera de dirigir las cosas, si se para uno a pensar en ello. Resulta lastimada mucha gente. Podía imaginar oscuramente el puro terror que debía de haber sentido Arnie mientras esperaba a que Leigh se pusiera al teléfono; la sensación de aterrado asombro ante la idea de que no se proponía invitar sólo a una chica, sino a a la chica más guapa de la escuela.
-Por fin se puso -continuó Arnie-. Dijo "¿qué hay?", y, oye, no pude articular palabra. Lo intenté, y no me salió más que un soplo de aire. Así que ella dijo: "¿Qué hay? ¿Quién es?", como si se tratase de alguna broma, ya sabes, y pensé: "Esto es ridículo. Si puedo hablar con ella en el pasillo, puedo hablarle también en el maldito teléfono, todo lo que puede decir es que no, quiero decir que no puede matarme ni nada si le pido una cita". Así que dije, hola, soy Arnie Cunningham, y ella dijo, hola, y bla-bla-bla, y esto y lo otro y aquello y entonces me di cuenta de que ni siquiera sabía adónde diablos quería invitarla y nos estábamos quedando sin cosas que decir, y no tardaría en colgar. Así que la invité a lo primero que se me ocurrió y le dije a ver si querría ir el sábado al partido de rugby. Ella dijo que le encantaría, así como suena, como si hubiese estado esperando a que la invitase, ¿sabes?
-Probablemente lo estaba.
-Sí, quizá.
Arnie reflexionó sobre ello, admirado.
Christine.
Stephen King.

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