Voy a dejarme la
voz y a llorar como idiota en el concierto.
Era
el mediodía del jueves seis de junio e intentaba concentrarme en mis apuntes de
Fonética Inglesa mientras mi móvil vibraba de vez en cuando avisándome de que
tenía un mensaje en Facebook. Imposible encontrar la concentración. Los apuntes
en inglés se me emborronaban y se convertían en las letras de las canciones de
Muse. Sin darme cuenta ya eran las cinco de la tarde y me levantaba de mi
escritorio para meterme en la ducha. Un buen rato después salía del baño y me
encerraba de nuevo en mi cuarto pretendiendo volver a estudiar. Más pretender
que estudiar, para qué engañarnos.
Las
siete, hacer la mochila con mi madre. Ropa limpia por aquí, comida por allá,
cepillo de dientes a continuación, entrada y demás cosas importantes después, y
así… Poco a poco, hasta que entre mi madre, las cosas y yo conseguimos llenar
la mochila de mi hermano para las siete y media de la tarde.
Una
vez todo preparado, vuelta a “estudiar”, pero a las ocho y cuarto tocó ponerse
a cenar pues a las nueve y diez pretendía coger el autobús urbano que me
llevase a la ciudad. Todo un amasijo de nervios me vestí, cogí dinero y me
dirigí hacia la parada del autobús haciendo eses, y no es broma.
Conseguí
llegar y me senté a esperar a que el transporte público hiciese su llegada.
Luego dentro casi consigo llevarme la pierna entera con el asiento. Debía
tranquilizarme o podía no llegar al día siguiente al concierto. Porque era
cierto, solo quedaban veinticuatro horas para que el concierto empezase.
Ya
en la parada de Logroño donde había quedado con mi amiga bajé del autobús y
anduve un poco, justo me paré y alguien llamaba mi nombre. Era mi amiga. ¿Llevas aquí mucho tiempo?, fue lo que
me preguntó. Acabo de llegar. Y era
verdad. Comenzamos a andar, claramente sin un punto fijo preguntándonos qué
hacer durante las tres horas que nos quedaban por delante antes de que saliese
nuestro autobús hacia Barcelona. A la una de la madrugada para llegar allí a
las siete.
¡Y menos mal que cogimos ese
billete!
Al final acabamos decidiendo
ir a un bar a tomar un café. Nos pusimos a hablar del primer tema de
conversación que encontramos. Aunque ahora no lo recuerdo muy bien, sé que
tenía que ver sobre mi “frialdad” y sobre anime. Conmigo siempre se acaba
hablando de anime, hagas lo que hagas. ¿Soy aburrida? Puede ser, puede ser.
También hablamos un poco sobre nuestras canciones favoritas de Muse, pero los
detalles se los llevó el viento.
A las diez, más o menos,
decidimos levantarnos e irnos a otro lugar. Al final optamos por irnos a tomar
una cerveza. Sí, tomamos alcohol después de bebernos un café. Doy gracias a la
diosa de que no nos pasara nada. En aquel nuevo bar nuestra conversación se
tornó más espiritual, quitando la parte del porno gay…………….
Esta vez hablamos de
espíritus, de “Dios” y del Más Allá. El caso es que la conversación se alargó
hasta que decidimos levantar el campamento e irnos hacia la estación de
autobuses. Quedaba una media hora para que, supuestamente, saliese nuestro
autobús.
Ni a mitad de camino nos
encontramos con unos conocidos para mí (quitando a uno) y a unos amigos para mi
acompañante. Estuvieron hablando de algo a lo que no presté demasiada atención,
pues la información que se daba no era demasiado útil para mí, como para
almacenarla en algún lugar de mi mente.
Volvimos a andar y minutos
después llegamos a nuestro destino. No recuerdo cuánto fue que tardó el autobús
en aparecer, pero sé que fue un poco. Cuando lo hizo me quedé estupefacta pues
era el mismo que yo solía coger para volver desde León, pero que ahora, por
alguna extraña razón, no me aparece como autobús accesible… Estuvimos un gran
rato esperando para entrar pues un señor delante nuestro estaba hablando con el
conductor que no le dejaba subir pues su billete estaba escrito a mano, o no sé
qué cosas raras.
Una vez nos dejaron entrar nos
sentamos en nuestros sitios esperando a salir del lugar, pero aún el señor del
billete extraño hablaba con el conductor agobiado porque si no cogía este
autobús no iba a llegar a coger un avión que le llevaría a un lugar desconocido
que no fue revelado, en ningún momento.
La una y diez y aún no
salíamos. La gente del autobús comenzaba a ponerse nerviosa, pues había algunos
que también debían coger un avión. Una chica, creo que era gallega, comentó que
estaba perdiendo tiempo para poder ir a ver a su amor. Otra, que iba delante de nosotras con su amiga, propuso que
el señor sacase el billete por el móvil. Unos cinco minutos, y unas doscientas cincuenta y siete súplicas
del señor después, el conductor le dejó subir y nuestro viaje de seis horas
comenzó con un: Por fin puedo ir a ver a
mi amor de la chica enamorada, y risas por parte de los demás.
Queda decir que fue el viaje
más largo de mi vida, pero no pasó tan lentamente como esperaba que pasase, a
pesar de que no conseguí dormir ni tres minutos seguidos. Tenía sueño, estaba
cansada, solo quería dormir para que así el viaje se pasase más rápido, pero ni
modo de conciliar el sueño o de encontrar la postura correcta para hacerlo. Aunque
también se le podía añadir a ello los nervios que tenía en el cuerpo porque se
acercaba la hora de ver a Muse.
No recuerdo cuantos vídeos de
mis grupos japoneses me vi por el móvil, ni cuantos tuits ansiosos escribí,
tampoco cuantas canciones mi mp-4 reprodujo. Lo que sí recuerdo fue que la
música que sonaba de fondo, en mi mente, seguía siendo Exogenesis.
Los kilómetros pasaban y
pasaban, al igual que mis ganas de dormir. Miraba por la ventanilla, a pesar de
que estaba demasiado oscuro como para poder distinguir mucho excepto las
señales de circulación.
Llegamos a Zaragoza, la chica
y su amor se encontraron por fin, el autobús siguió su camino, y Exogenesis se
repetía por enésima vez.
Cuando fue que llegamos a un
área de servicio y con ella la primera y única parada del viaje yo tenía
hambre, pero no salimos del transporte, me comí uno de los pastelitos que me
había metido mi madre en la mochila de mi hermano. El hambre se pasó, un poco,
pero no del todo. Volvíamos a movernos después de una media hora larga de
parada.
Comenzó a amanecer, el cielo
mostraba un hermoso tono morado, y yo aún no conseguía dormirme un solo
segundo, como ya dije antes no lo conseguí en todo el viaje. El amanecer cada
vez se hacía más claro, los tonos morados del principio acabaron siendo azules y
amarillos, un espectáculo digno de memoria. Barcelona se acercaba, no solo se
notaba en el aire, sino también en los nervios que recorrían todo mi cuerpo.
Llegábamos a nuestro destino.
Minutos después Barcelona
apareció ante nuestros ojos, unos momentos después nos adentrábamos en la
ciudad hacia la, supuesta, estación donde nos teníamos que bajar.
Mis pies tocaron suelo firme,
mi culo protestaba doliendo incontroláblemente, mi vejiga hizo acto de presencia
y mis tripas sonaban como si no hubiera un mañana. Era hora de ir a algún lugar
para desayunar, eran casi las siete y media, nuestra aventura apenas acababa de
empezar y nosotras no sabíamos lo que nos deparaba el resto del día.
CONTINUARÁ...